A cien años de la creación de la Sociedad General de Autores (Argentores), su actual presidente analiza la pérdida de identidad del autor, aunque sostiene que la obra escrita todavía resiste.
Por: Lucía Turco
Entre la narrativa y el espectáculo, podría decirse que los autores de teatro, radio, cine y televisión, tienen una manera particular de ser escritores. El protagonismo del director, la "dramaturgia del actor", la aparición de los nuevos medios, han influido a lo largo de los años en la identidad del artista que, hace más de 100, buscaba el reconocimiento de sus derechos como hacedor de historias que cobraban vida sobre las tablas. Desde allí, hoy se percibe una resistencia a lo que hace más de 30 años se señalaba como "la muerte del autor", según entiende el dramaturgo Roberto "Tito" Cossa. Autor de obras emblemáticas como La Nona y uno de los fundadores de Teatro Abierto, el presidente de Argentores repasa la actualidad de esta crisis del autor, celebra el fenómeno teatral de Buenos Aires y reconoce que prefiere que en teatro le cuenten una historia.
Hace tiempo se viene hablando de la desaparición del autor. ¿Cómo ve hoy ese fenómeno?
La pérdida de identidad es diferente en cada disciplina. En radio prácticamente desapareció la ficción: no es pérdida de identidad, es desaparición. Los domingos, en Radio Nacional, hay un programa ficcionado de hechos reales que tiene mucha fuerza, una fuerza que no tiene la ficción pura. Eso recupera al autor. Si se empieza a entender que es algo atractivo, que tiene llegada a un público, puede ser un camino. En la televisión el problema es más complejo: ya no es solo pérdida de identidad del autor –hay autores que escriben– sino la pérdida personal. Hasta hace unos años, el autor era tan importante como el actor, y a veces más. Estaba el teleteatro de Alberto Migré, Abel Santa Cruz, Celia Alcántara. Hoy se escribe en equipos, nadie sabe quién escribe, los productores se introducen como autores, en algunos casos aportan, en otros ni siquiera aportan, es para tener el control del libro. En el cine, si bien hay guionistas, y buenos guionistas, en general hay un desconocimiento de la necesidad del autor. Es una opinión personal, no soy experto en cine, pero, en general, muchas películas argentinas están muy bien filmadas, muy bien actuadas, muy bien fotografiadas, pero falla el autor, falla el cuento, falla la historia.
¿Por qué cree que sucede esto en el cine nacional?
Hay buenos autores. Campanella es un autor. Además de ser director, escribe bien. Pero me parece que hay cierta omnipotencia de los directores y cierta descalificación a la importancia del autor, al rol del autor. Eso también pasa en teatro: muy buenos pintores que no saben dibujar.
¿Cómo se manifiesta esta situación en el teatro?
En teatro todavía el autor existe, pero hay también una especie de mayor retraimiento de su figura. Ese lugar lo ocupa el director. Basta ver cómo se titula en las críticas: todavía se habla bastante de la obra, pero en general el protagonismo lo tiene el director o los actores cuando son muy famosos. El teatro en una época era el dueño de la ficción espectacular, apareció el cine y empezó a modificarlo, y después la televisión. Por eso se busca en teatro una manera de contar diferente, lo cual no quiere decir dejar de contar historias. Se pueden contar historias, hay que contarlas de otra manera. Como todas las cosas, no siempre se van del todo ni se terminan definitivamente, porque esto que en los 70, 80 parecía ser la muerte del autor, hoy no es así.
¿Esta pérdida de identidad del autor es un fenómeno nacional?
Creo que es un fenómeno cultural mundial, no solamente argentino. Si uno piensa que en la década del 40, 50 estaban Brecht, Ionesco, Beckett, Miller, Tennessee Williams, Sartre... Bueno, eso no existe más. Por ahí, Darío Fo, Pinter, Yazmina Reza, que es una autora que está de moda. Pero en general no hay una proyección. En una época los textos se tomaban como partituras cerradas. Hoy, uno entrega una obra y puede pasar que le agreguen, le quiten. Los directores, los actores se toman el permiso. Yo les digo: pongan adaptación y no tengo problema que me agreguen o me quiten, pero no es mi obra.
¿Por qué sería importante recuperar la identidad literaria del autor? ¿No puede tener otra entidad?
No sé si tiene que estar considerado dentro de la literatura, tengo mis dudas, yo digo que nosotros somos escritores a medias. Sería la entidad teatral o del espectáculo. Uno lee notas que –sobre todo en el caso de la televisión– hablan maravillas, qué buena historia, qué bien contada, qué bien los actores, y no se cita quién escribió esa historia.
¿Cómo influye en este fenómeno el modo de trabajo de las actuales generaciones en teatro?
En el caso del teatro de Buenos Aires, hay una presencia fuerte del autor-director, que tampoco es nueva: (Carlos) Gorostiza también lo hacía. Cuando le preguntaban: ¿puede un autor dirigir su obra? él decía: ¿puede un director escribir su obra? Esto de integrar, trabajar con el actor casi desde el comienzo, yo también lo hice en el 81. Pero esto que se venía haciendo desde la década del 70 ahora es la tendencia hegemónica entre la gente más joven. Hoy son experiencias en general muy basadas en la propuesta del actor, en los climas, en una cosa más ceremonial, más basado en la imagen, menos contar historias. Son formas, son tiempos, pero lo que está claro es que la obra escrita sigue teniendo presencia. A lo mejor no tiene la fuerza que tenía antes. Pero se estrenaron en la calle corrientes dos obras de Arthur Miller y tuvo mucha significación. No me cierro a ninguna experiencia, pero el hecho es que el autor, como escritor, está en decadencia.
Para su generación, resistir significaba algo muy distinto a lo que puede significar ahora ¿De qué manera aparece la política en el teatro hoy?
Totalmente. En el caso de la Argentina, sí, queda claro que era muy distinto. De todas maneras, creo que siempre el teatro de arte resiste quizás por su propio sentido no comercial, con ese hálito vocacional. Por lo menos tiene algo de esa resistencia como hemos resistido siempre en el teatro: sin que nadie se entere. Es un fenómeno único, yo creo que en el mundo, que en un barrio (Abasto) haya 25 salas. Además la mayoría son textos o experiencias nacidas de cabezas argentinas. El movimiento del teatro de arte está enfrentando a toda una cultura masiva comercial, de entretenimiento. Eso, aunque no les guste si uno se los dice, es hacer política.
¿En qué cambia la relación con el público? ¿Que no se cuente una historia en el sentido tradicional hace que se cierre a un público más reducido?
Sí, el teatro de arte se ha encapsulado, es un teatro más hermético, en general paródico. Tiene una libertad que antes no había. Pero es un fenómeno cultural, no lo calificaría ni mejor ni peor. Yo he visto espectáculos –León, Bartís, Daulte, Spregelburd– que son interesantes y que cuentan historias. Yo me conecto de otra manera, entonces me sigue gustando la obra tradicional, lo que pasa es que tiene que estar muy bien hecha. En nuestra época el teatro nunca fue muy atractivo para los jóvenes. Ahora, algunos espectáculos son muy seguidos por jóvenes, están interpretando algo que uno por ahí no ve. No van inocentes, va un público que tiene un pacto previo con ese teatro.
¿Cómo se trabaja desde Argentores para revalorizar al autor?
Dentro de una limitada posibilidad, tratamos de hacer una tarea cultural de acercamiento al libro. Por ejemplo, el Premio Argentores lo damos con la lectura de los libros: de las obras y de los guiones. Los jurados leen los textos y lo definen de acuerdo a cómo están escritos. Es una manera de recuperar el rol literario.
Alguna vez dijo que es una batalla perdida...
Creo que sí, pero tenemos que dar pelea, y de pronto podemos llegar a un armisticio. En el teatro, estamos mucho mejor que en las décadas del 70 y el 80. Donde hay estructuras comerciales tan fuertes como en la televisión es más difícil. En el cine, espero que los autores jóvenes, que siempre quieren ser diferentes, aprendan un poco que necesitan autores.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/09/11/_-02207842.htm
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