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viernes, 15 de mayo de 2009

NO MORIRE SOLA (2008), de Adrián García Bogliano.


Por los créditos pude adivinar que era una película argentina, de una productora independiente nombrada Paura Flics, pero fuera de eso tampoco los realizadores de “No moriré sola” fueron muy pródigos a la hora de conceder anticipos. Más bien se toman su tiempo para dejarnos ver en las primeras secuencias a cuatro chicas que viajan en un coche, de regreso a su pueblo tras concluir el curso escolar. Van hablando temas comunes (algunos se me pierden porque esta cinta tampoco se salva de la recomendación que otras veces he hecho: subtitular el cine latinoamericano, toda vez que hay parlamentos que en boca de los uruguayos no se entienden en La Habana, y mil cosas que decimos los cubanos para un mexicano emulan con el japonés).

Pero “No moriré sola” no es una película de parlamentos, sino de atmósferas. Si uno no se ha leído publicidad previa o algo así, tarda una media hora en descubrir que se trata del polémico género de “violación y venganza”, pues estas chicas se meterán en gravísimos problemas cuando tropiecen con un grupo de cazadores (digamos mejor depredadores) furtivos.

Mientras llega ese momento de brutalidad explícita y extrema, los realizadores se han encargado de ir creando un clima enrarecido, en el cual los ambientes anodinos (un pueblo sin encantos excesivos, una banda sonora que resalta los bucólicos ruidos campestres, lugareños que responden con absoluta naturalidad a las preguntas de orientación de las chicas) casi nos hace pensar en aquel Trapero de “El bonaerense”. Entre ese prólogo minimalista, y el aquelarre que más tarde vendrá, hay diferencias bastante notables, pero en ambas zonas, el realizador muestra un dominio casi insuperable.

Para mí queda claro que esta película no gustará a aquellos que prefieren el refinamiento de la representación a la hora de describir en pantalla la violencia humana. Hablo de esos espectadores ilustrados para los cuales lo canónico podría estar en el modo que un Bergman utiliza la agresión sexual en “La fuente de la virgen”, como un pretexto metafísico que le permite insertar interrogantes de naturaleza ética. O hablo incluso de ese otro público, más bien común, que consume altas dosis de las propuestas más violentas de Hollywood, pero siempre que esa violencia se proteja con la coartada del “espectáculo”. En el caso de estos últimos, viene a mi mente el incisivo enjuiciamiento de un Bretch cuando menciona a los que “quieren comer la ternera pero no ver la sangre”. A los que “se contentarán con que el carnicero se lave las manos antes de servirle la carne”.

“No moriré sola” deja a un lado todo tipo de retórica moralizante. Como en “Funny Games”, habla del Mal como si se tratara de esa geografía que todos los días tenemos delante de nuestros ojos, si bien preferimos disimular tras el neón y las buenas costumbres burguesas. Apela al género, a las acciones que recuerdan otras películas igual de brutales (de vez en cuando llegan los ecos de “Deliverance”, o de “La última casa a la izquierda”), mas su efectividad descansa en una narración que consigue combinar lo explícito con lo sugerente.

La película me incomodó tanto como el “Irreversible” de Gaspar Noé. No se trata de unas de esas cintas gore donde un chiflado va desmembrando a cuanto personaje más o menos cuerdo aparece en la trama (aunque algo de eso también hay). Aquí el efecto es más perturbador, más duradero: pese a las situaciones límites, a la espiral de violencia que lo va congestionando todo (con un desenlace de veras escalofriante), los realizadores se las han agenciado para concederle al filme un toque tal de verosimilitud, que unos pensarán que hay regodeo en la agresión, y otros en el desquite. En cualquiera de los dos casos, el espectador se sentirá incómodo: parece que somos nosotros (hasta cuando rechazamos lo que vemos) quienes le concedemos sentido a la perversión, lo cual es una especie de transferencia de cargos que exime de responsabilidad a los realizadores.

Aún así, puedo ver la película sin que su grafismo me haga sentir culpable, justo por saber que se trata solo de una película: en cambio, la vida no lo es, y aprendemos a tolerarla, con sus engañosas luces de neón y sus insoportables pesadillas. A diario pasamos por alto cientos de crímenes, pues como ya dijo alguien: vamos al cine para gritar de miedo, y de vuelta a la realidad, poder dormir tranquilos en las madrugadas.

Esto fue lo que me hizo pensar que al final M había conseguido sacarme durante hora y media del claustrofóbico universo donde vivo. Estuve a punto de agradecerle, cuando recordé que Adrián García Bogliano, el director, había sido el coguionista de aquel corto filmado en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de lo Baños (Cuba) por Ramiro García Bogliano: “Policlínico miserable” (1998).

De todas formas “No moriré sola” me remitía al cine realizado en la isla. No way out: sigo siendo un tipo triplemente insular.

Juan Antonio García Borrer

Fuente. http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2009/05/15/no-morire-sola-2008-de-adrian-garcaa-bogliano/

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