La generación de treinta y pico reconstruye su infancia durante los ’70. AGOSTO 2010: miércoles 18 y jueves 19 a las 21, sábado 21 a las 17 y domingo 22 a las 21. TACEC Calle 10 y 53 La Plata
01-07-2010 / Seis jóvenes nacidos en la dictadura llevaron al teatro las vidas de sus familias. Historias de apropiadores, militantes asesinados, exilios, y otras menos trágicas. Cómo recuperar el pasado desde el presente.
Por Leandro Filozof
No sabíamos cómo agarrar un material tan doloroso, personal e intenso. Lo fuimos armando entre todos, bancando los momentos y las escenas que no salían” (Vanina Falco). “La primera vez, en ciertos momentos me surgió como una imposibilidad de transitar algunas escenas, evitar que cada función esté invadida por el azar de la emoción” (Blas Arrese Igor). “El tema, todo el material, es algo que mantenía en los límites familiares, pero los ensayos y el grupo ayudaron. Me sirvió para compartir mi historia con mi comunidad, en principio con la teatral y después con el siguiente aro” (Carla Crespo). Seis actores reconstruyen sus historias y las de sus padres en la obra Mi vida después. Sirviéndose de fotos, grabaciones, videos, ropa y recuerdos, no sólo reflejan historias de su generación sino que también echan un vistazo a su pasado y a una época que marcó al país.
“En Mi vida después, hay una generación que observa a otra generación”, explica Lola Arias, autora y directora de la obra. “Mi generación, la de alrededor de treinta, trata de entender qué significaba en los setenta militar en un partido político, formar parte de una organización armada, o ser indiferente a todo; participar en la represión o ser cómplice de ella”, dijo. Apenas empieza la obra, cada actor se para delante de un número escrito en tiza sobre el escenario: el año de su nacimiento. Y se presenta al público relacionando su llegada al mundo con el contexto histórico (menciones al marco histórico son una constante en la obra). Las vidas que se cuentan en Mi vida después son las de:
- Mariano Speratti, 1972. Sus padres militaron en la Juventud Peronista. El padre tenía un taller de autos. En los autos escondía armas. Tres años después del nacimiento de Mariano, fue secuestrado en un operativo de las Fuerzas Armadas. No supieron nada más de él.
- Vanina Falco, 1974. A los 21 años se fue de la casa con un ojo morado porque el padre se enteró que era lesbiana. A partir de las sospechas y de investigar junto a su hermano Mariano, descubrieron que el padre no vendía medicamentos como decía, sino que era policía de inteligencia. El hermano en realidad se llamaba Juan Cabandié, había nacido en el centro clandestino de detención de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), y era hijo de desaparecidos (ver columna).
- Blas Arrese Igor, 1975. Su padre fue cura hasta que conoció a su madre y tuvo seis hijos varones. En el seminario no se podía pertenecer a partidos políticos.
- Carla Crespo, 1976. El padre era sargento del Ejército Revolucionario del Pueblo. Lo hirieron en Monte Chingolo y fue fusilado tres días después.
- Liza Casullo, 1981. Hija del escritor y ensayista fallecido Nicolás Casullo y de la periodista Ana Amado. Sus padres se exiliaron en 1974 después de ser amenazados por la Triple A. En 1983 volvieron al país.
- Pablo Lugones, 1983. En su árbol genealógico están Francisco y Leopoldo Lugones, además de generales, terratenientes, poetas y policías. Pero dice que su rama es “la de los invisibles”. Sus padres eran banqueros, el banco fue intervenido en 1976 por militares. El padre usaba barba. Su jefe directo, un militar, le dijo que eso era de terroristas. A la mañana siguiente, se afeitó.
“Fue un trabajo poder contar nuestras historias. Buscar, indagar en datos, conseguir cosas o preguntarles a nuestros padres” (Pablo). “Para mí, lo más raro era definir la línea donde pararse como actor, tratar de armar un personaje de uno mismo. Una vez que fue apareciendo, fue más fácil sostener que contaba cosas tan personales” (Mariano). La obra está plagada de materiales de época –como filmaciones en súper 8 o un mameluco de mecánico– que transportan en el tiempo y también sirven para componer las escenas más fuertes: Marcelo, con un grabador de cinta abierto en sus piernas, de donde sale la voz de su padre desaparecido y la de él balbuceando sus primeras palabras. Con trajes azules –como los que usaba el padre de Vanina–, cinco de los actores personifican las distintas caras del hombre, y ella los describe: el que vendía remedios, el del servicio de inteligencia, el que la llamaba “delfín” y nadaba con ella, el que posaba como un playboy en las fotos y al que le gustaba romper vasos, muebles y huesos cuando estaba enojado. Carla lee la carta que su padre le escribió a su madre antes de ir a Monte Chingolo, entusiasmado con “la situación de las masas”. Abajo del escenario, la actriz reflexiona: “Se habla con otro lenguaje. Es un modo de apropiarse de lo político, de ver a esa generación a partir de esta y tomar una posición, pero sin remarcarla.”
“Es un modo de hablar de esa época tan dura, pero desde un lado muy actual, buscar la voz propia entre todas las historias. Esta generación es ahora y somos esto: contando nuestras historias, a veces riéndonos, a veces aceptando que vinimos de eso”, dice Liza.
La obra se propone una revisión distinta. No hay un discurso ni tampoco se establecen juicios. “No me interesa esa dicotomía absurda entre la generación comprometida de los setenta y la generación sin ideales que nació en esa época –explica Arias–. Me interesa cómo una generación reconstruye los rastros perdidos de la otra con su propia perspectiva, con su propio humor y sus propias herramientas.”
La repercusión de la obra es intensa y no sólo entre los familiares o amigos de los padres evocados. La gente se queda para hablar con los actores. “Contacté con unos ex compañeros de mi viejo. Dos de los que hablé vinieron a ver la obra. A uno le pegó mucho, fue muy fuerte para él ver fotos de mi viejo. Al otro no le pegó tan mal” (Mariano). “En el estreno, el año pasado, estaban mi hermano y mi mamá. Juan estaba muy emocionado, fue muy fuerte para él ver la historia desde mi lado. Lo que sucedería con mi madre era una gran incógnita para mí. Fue como ‘tomá, te la tiro, acá está todo y hacete cargo’. Y me lo agradece al día de hoy, para ella fue muy importante” (Vanina).
La obra, además, está en constante juego con la realidad. La Cámara Federal de la Capital usó como argumento la participación de Vanina Falco en el teatro para permitirle declarar contra su padre biológico, Luis Falco, en el juicio por la apropiación de Cabandié. Y la realidad también tiene lugar en la obra. Se cuentan los cambios y los avances en ese juicio. Liza incluyó la muerte de su padre, que ocurrió después de empezar los ensayos. Carla cuenta que hace un mes recibió los resultados de un examen de ADN que determinó que el cuerpo de su padre es uno de los más de cincuenta enterrados en un rectángulo de 4,5 por 5 metros en el cementerio de Avellaneda.
Pero, a pesar de ser una revisión de seis historias de vida, no se limita a eso. “Los ecos en las experiencias de la gente, que se reconozcan en un detalle de la tuya, generan un grosor de resonancia buenísimo: en los tres momentos que cuento de mi vida hay cientos de historias” (Liza). “Más allá de que estamos contando nuestras historias, no nos sentimos solos. Estamos amparados por los demás, porque es una historia grupal, generacional” (Pablo). Seis personas que proponen, que muestran, que se pasean por las vidas de sus padres, por el pasado, para tratar de entender el presente y hasta, incluso, para hablar de su futuro. Que son parte de historias que, aunque les pertenecen, también los superan: son las de toda una generación y, también, la historia de nuestro país.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-97104-En-el-nombre-de-los-padres.html
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