Crónica
Leopoldo "Polo" Lofeudo fue un gran maestro de teatro que dedicó 26 años de su vida en el Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero haciendo actuar a sus "locos". Tras su muerte el espacio teatral se cerró. El titiritero Beppo Andrioli junto a un grupo de artistas y organizaciones solidarias lograron que este 24 de marzo se reabran las puertas de la sala. Será un día de fiesta y un justo homenaje
Textos: Matías Kraber
Fotos: Gustavo Vergara
Polo murió un día de locos. Un 22 de febrero de 2009 cuando el calor pegajoso de la ciudad obligaba al encierro. Su voz de abuelo romántico se había empezado a desafilar, el fueye de su garganta tanguera había perdido estridencia: hacía unos quince días que permanecía enredado en sábanas blancas con un suero pendiendo del aire y ese olor a caldo de sala de internación.
Mientras tanto la puerta celeste de su cocina de arte a la orilla del camino del Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero comenzaba a cerrarse para siempre. Los perros, los suyos y de todos, empezaban una triste y prolongada huelga de hambre; los locos, solamente suyos, abandonaban su plegaria vespertina hacia aquel tugurio dónde un viejo sabio les abría las puertas del mundo.
Ningún titular publicó su muerte. Su muerte, en silencio, fue absolutamente coherente con su vida, en silencio, y por ello no existió mención alguna como un guión con perfecta rima teatral, como una metáfora que cierra el telón de la obra.
Beppo corretea por las calles queriendo vencer el olvido. Beppo tiene voz radial, paradójicos bigotes de comisario que no se hallan a tono con su espíritu de joven militante y palabras locuaces. Beppo es Raúl Andrioli, un titiritero y poeta azuleño de algo más de 50 años que migró a La Plata en busca de arte, de confrontación, de ideas alocadas en esa década que la revolución no era una puteada ni un sueño inalcanzable. Ahora, frente al árbol centenario dónde yacen las cenizas de su querido amigo Polo, el gran maestro de teatro, lo despeina esa "brisa de la muerte enamorada" que le arranca los recuerdos de a tirones: "la última vez que hablamos discutimos fuerte. Pero era parte del juego teatral", rememora Beppo mientras sus ojos pestañean rápidamente y parecen fabricar alguna lágrima sincera.
Añoranzas al maestro
Polo, por aquellas callecitas que desembocan en galpones pálidos de internación, es palabra mayor. Juan Chávez está sentado con su compañero Horacio en un banco. Pega una honda pitada al cigarrillo y mientras su ojo ciego bailotea en la nada, larga con una voz estropeada de encierro: "yo lo extraño muchas veces, porque charlábamos mucho, nos entretenía mucho...ahora no tenemos con quién charlar", dice Chávez, el preferido de Polo según sus compañeros, en el aire puro de la mañana.
La risa de Horacio suena estruendosa. Una carcajada espaciada y grave que aparece inmediatamente después de sus propios chistes. Él no lo extraña tanto a Polo, pero sí a su teatro, sí a ese teatro que les cocía unas alas para volar como pájaros con su Aroma a Cielo (obra teatral de Leopoldo Feudo): "Era un escapismo para nosotros. El Teatro es como la libertad, sirve para despertarte del encierro porque ahí adentro- señala con el índice a la fachada del Hospital donde salen y entran enfermeras permanentementesomos 60 tipos todos juntos. Imagínate" dice Horacio y su amigo, Juan Chávez, afirma con la cabeza.
El doctor Egidio Melia, director del Hospital Alejandro Korn, está sentado en su despacho, a la cabecera de la mesa de reuniones. A su lado está la doctora Yeny Rodríguez, quien acompañó a la comisión, liderada por Beppo, que ha venido a pedir permiso para que se recupere el espacio teatral de Polo el próximo 24 de marzo. El doctor enciende su voz en el auditorio cerrado y tras un discurso con dicción académica que reivindica a Leopoldo Lofeudo cierra la reunión con un sí que estalló en abrazos de victoria entre Beppo y Romina, una joven estudiante de psicología que se obnibuló con la causa del maestro Polo.
La escena posterior transcurre afuera de la dirección del Hospital. Precisamente a los pies del árbol centenario donde reposa Polo con un diario encintado que lo recuerda en sepia clavado en el tronco. Beppo camina lentamente, absorto, enajenado del mundo. Mira el cielo, las infinitas ramas y levanta los brazos con un grito mudo de festejo porque cree haberle ganado otro round al olvido. Polo, un poco más arriba, deja caer una hoja de su árbol centenario como señal de agradecimiento por dejarlo dormir en las tumbas de la gloria.
Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2010/03/21/pdf/tiempos.pdf
Leopoldo "Polo" Lofeudo fue un gran maestro de teatro que dedicó 26 años de su vida en el Hospital Neuropsiquiátrico de Melchor Romero haciendo actuar a sus "locos". Tras su muerte el espacio teatral se cerró. El titiritero Beppo Andrioli junto a un grupo de artistas y organizaciones solidarias lograron que este 24 de marzo se reabran las puertas de la sala. Será un día de fiesta y un justo homenaje
Textos: Matías Kraber
Fotos: Gustavo Vergara
Polo murió un día de locos. Un 22 de febrero de 2009 cuando el calor pegajoso de la ciudad obligaba al encierro. Su voz de abuelo romántico se había empezado a desafilar, el fueye de su garganta tanguera había perdido estridencia: hacía unos quince días que permanecía enredado en sábanas blancas con un suero pendiendo del aire y ese olor a caldo de sala de internación.
Mientras tanto la puerta celeste de su cocina de arte a la orilla del camino del Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero comenzaba a cerrarse para siempre. Los perros, los suyos y de todos, empezaban una triste y prolongada huelga de hambre; los locos, solamente suyos, abandonaban su plegaria vespertina hacia aquel tugurio dónde un viejo sabio les abría las puertas del mundo.
Ningún titular publicó su muerte. Su muerte, en silencio, fue absolutamente coherente con su vida, en silencio, y por ello no existió mención alguna como un guión con perfecta rima teatral, como una metáfora que cierra el telón de la obra.
Beppo corretea por las calles queriendo vencer el olvido. Beppo tiene voz radial, paradójicos bigotes de comisario que no se hallan a tono con su espíritu de joven militante y palabras locuaces. Beppo es Raúl Andrioli, un titiritero y poeta azuleño de algo más de 50 años que migró a La Plata en busca de arte, de confrontación, de ideas alocadas en esa década que la revolución no era una puteada ni un sueño inalcanzable. Ahora, frente al árbol centenario dónde yacen las cenizas de su querido amigo Polo, el gran maestro de teatro, lo despeina esa "brisa de la muerte enamorada" que le arranca los recuerdos de a tirones: "la última vez que hablamos discutimos fuerte. Pero era parte del juego teatral", rememora Beppo mientras sus ojos pestañean rápidamente y parecen fabricar alguna lágrima sincera.
Añoranzas al maestro
Polo, por aquellas callecitas que desembocan en galpones pálidos de internación, es palabra mayor. Juan Chávez está sentado con su compañero Horacio en un banco. Pega una honda pitada al cigarrillo y mientras su ojo ciego bailotea en la nada, larga con una voz estropeada de encierro: "yo lo extraño muchas veces, porque charlábamos mucho, nos entretenía mucho...ahora no tenemos con quién charlar", dice Chávez, el preferido de Polo según sus compañeros, en el aire puro de la mañana.
La risa de Horacio suena estruendosa. Una carcajada espaciada y grave que aparece inmediatamente después de sus propios chistes. Él no lo extraña tanto a Polo, pero sí a su teatro, sí a ese teatro que les cocía unas alas para volar como pájaros con su Aroma a Cielo (obra teatral de Leopoldo Feudo): "Era un escapismo para nosotros. El Teatro es como la libertad, sirve para despertarte del encierro porque ahí adentro- señala con el índice a la fachada del Hospital donde salen y entran enfermeras permanentementesomos 60 tipos todos juntos. Imagínate" dice Horacio y su amigo, Juan Chávez, afirma con la cabeza.
El doctor Egidio Melia, director del Hospital Alejandro Korn, está sentado en su despacho, a la cabecera de la mesa de reuniones. A su lado está la doctora Yeny Rodríguez, quien acompañó a la comisión, liderada por Beppo, que ha venido a pedir permiso para que se recupere el espacio teatral de Polo el próximo 24 de marzo. El doctor enciende su voz en el auditorio cerrado y tras un discurso con dicción académica que reivindica a Leopoldo Lofeudo cierra la reunión con un sí que estalló en abrazos de victoria entre Beppo y Romina, una joven estudiante de psicología que se obnibuló con la causa del maestro Polo.
La escena posterior transcurre afuera de la dirección del Hospital. Precisamente a los pies del árbol centenario donde reposa Polo con un diario encintado que lo recuerda en sepia clavado en el tronco. Beppo camina lentamente, absorto, enajenado del mundo. Mira el cielo, las infinitas ramas y levanta los brazos con un grito mudo de festejo porque cree haberle ganado otro round al olvido. Polo, un poco más arriba, deja caer una hoja de su árbol centenario como señal de agradecimiento por dejarlo dormir en las tumbas de la gloria.
Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2010/03/21/pdf/tiempos.pdf
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