Mick Jagger comió fideos en su casa y ella prefirió irse. Jugó al pool con Ron Wood. Organiza partidos de fútbol con sus amigas.
Una sesión de fotos por David Sisso con la princesa renegada de la casta televisiva argentina y la entrevista de Mariana Enriquez publicada en RS 75.
Juana Viale está parada frente a la cama de una habitación de hotel y mira con cierto malhumor la lencería desparramada sobre el colchón. Da una pitada a su cigarrillo Philip Morris -fuma un atado por día- y vuelve a examinar las bombachas transparentes, los corpiños con encaje, las ligas.
-¿Cuál te gusta más? -le pregunta el productor, que la imaginó vampira para las fotos.
-¡No me gusta nada! -contesta Juana, pero nadie tiembla, porque no está haciendo una escena de malcriada, de joven diva. Lo dice riéndose, porque le interesa menos que nada la ropa interior supuestamente sexy. Medio desnuda se encierra en el baño y sale con un conjunto bordó. El corpiño le queda enorme, y la incomoda; no sabe cómo ponérselo. No usa corpiño, nunca. "Apenas uso bombacha", explica antes de volver a encerrarse para probar cómo le queda otro conjunto, negro con florcitas rosas. "Las que tengo están hechas mierda, tienen mil años." Tampoco va al gimnasio: le parece demasiado contradictorio eso de encerrarse para hacer deporte. Sólo se maquilla para las fotos y es muy raro verla con un vestido. Prefiere jeans y remeras gastados, para horror de su madre, que la deja revolver en su frondoso guardarropa con la esperanza de que Juana, algún día, sea un poco más glamorosa.
Como todavía queda tiempo para hacer esas fotos en ropa interior y todo el mundo se está muriendo de hambre, se decreta hora de comer. Juana se pone un tapado largo porque hace frío y se sienta a la mesa ante dos cajas de empanadas. De cuál querés, le preguntan. "¡De carne picante!", grita ella, y se embadurna el mentón de aceite; algunas gotas casi manchan el tapado carísimo. Con la boca llena, ya está pensando en la empanada de postre, de dulce de leche. "No me cuido con la comida, disfruto, soy lo más dulcera del mundo. ¡Las tortas que me mando! Soy re glotona, me encanta comer bien y cocinar." Entre bocado y bocado, usa el celular para llamar a sus amigas: las está convocando para jugar un partido de fútbol esa misma tarde. Del bolso asoma una agenda verde y El juguete rabioso, de Roberto Arlt, que empezó a leer días atrás.
A esta altura, productores y fotógrafos están estupefactos. Esperaban otra cosa, una niña bien caprichosa, una histérica, una loca crispada, una aristócrata arrogante, cualquier cosa menos la chica que tienen delante, graciosa, paciente y tranquila. Estaban algo asustados antes de conocerla; la imaginaban más parecida a la vampira hastiada y distante que interpreta en las fotos. Creían que iban a pasar una tarde negra, pero se están divirtiendo. Juana, mientras tanto, ignora los murmullos ("¡Es divina! ¡Re buena onda!") y canturrea "Cafetín de Buenos Aires" -en la sala del hotel una pareja baila tango- y trata de no comerse el hilillo de sangre que le pintaron en la comisura de los labios (es dulce). "Es lo opuesto a mí, todo esto", dice. "No me parezco en nada a este personaje... oscuro".
–Pero se parece bastante a cómo te ve la gente.
Juana asiente. Sabe que mete miedo, que causa antipatía. Pero no se detiene mucho tiempo a pensar en este juego de espejos distorsionado. Le faltan jugadoras para el equipo, y tiene que atender el celular.
Hace unos años, sin embargo, Juana le dio un tremendo susto a su familia. Cuando su madre (Marcela Tinayre) estaba embarazada, viajó a Indonesia y Australia con un grupo de amigas. La pasó tan bien que no quería volver. Cuando puso un pie en Australia, se separó del grupo; tenían que reunirse para volver juntas, pero ella nunca apareció. En su casa, nadie sabía dónde estaba. La fueron a buscar al aeropuerto el día pautado para el regreso, pero Juana jamás bajó del avión. Cuando decidió dar señales de vida no se atrevió a llamar a su madre: llamó a Valeria (Gastaldi, la Bandana, hija de Marcos, el esposo de Marcela) y le preguntó: “¿Qué onda mi desaparición, como está todo?”. Valeria le pidió que volviera: “Tu vieja está por parir, está desesperada”. “Regresé y a los dos días nació mi hermano Rocco”, cuenta Juana. “Pero si mi vieja no estaba embarazada, no volvía ni en pedo. Me encanta viajar, sentirme desconocida, ser una más; es lo máximo. Te sentís plena. Es la libertad absoluta.”
Por milagro, la desaparición de Juana no se filtró a los medios. Ella pone los ojos en blanco con sólo imaginar el escándalo que hubiera provocado, esos titulares catástrofe: Juanita viale desaparecida. Mirtha Legrand y Marcela Tinayre temen lo peor. Gran parte de la vida de Juana ha sido relatada en titulares de revistas, en segmentos de la televisión de chimentos, incluso en relatos de su abuela y de su madre. Y ella siempre detestó la exposición. No hay nada que odie más. Ni siquiera se acuerda de la primera vez que le tomaron una foto, pero se ríe porque la mayoría la muestran en la playa de Punta del Este, como si fuera una criatura acuática. “Parece que vivo ahí, que duermo, como y me lavo los dientes en la playa. Los fotógrafos son tan pelotudos que se camuflan, se ponen gorritos, tapan la cámara con toallas. Como si yo no estuviera acostumbrada a su presencia. Los gasto. Paso caminando y les digo: «El disfraz de Gilligan no te sirve». Después me voy.”
En Punta del Este, Marcelo Tinelli trató de convencerla para que comenzara su carrera como actriz, durante un almuerzo (¡je!) en la casa uruguaya de Mirtha Legrand. Juana estaba embarazada de ocho meses. “Adónde querés que actúe con esta panza, Marcelo”, le dijo. Pero él insitió. “Nació Ambar y de a poco me fueron convenciendo. Me daba mucho miedo, sobre todo por la prensa.”
–¿Qué te vio Tinelli?
–No sé. Decía que sabía que yo podía, que tenía un “algo”, fuerza, capacidad, no se qué en los ojos. Me tiró tantas flores que dije, bueno, pongamos la florería.
La florería resultó ser el papel de Carolina en Costumbres argentinas –la tira de la productora Ideas del Sur con la que debutó en la televisión argentina–, una psicópata que recurría a cualquier artilugio demencial para separar a los personajes de Tomás Fonzi y Daniela Herrero. Su participación, además, ocasionó un frenesí mediático, ultra exposición y hasta una nominación como Revelación en los premios Martín Fierro que más de uno consideró por lo menos injusta. Ella también se siente un poco incómoda. “Me da nervios. No me lo esperaba. Fue la primera vez que actué”.
–¿Por qué creés que te nominaron?
–Sé que todo el mundo piensa que me nominaron porque soy la nieta de Mirtha Legrand. Puede ser que tengan razón. Pero me gusta pensar que a alguien le gustó el trabajo, a lo mejor.
–¿A vos te gustó?
–Al principio, no. En los primeros capítulos estaba horrible. Dura como una heladera torcida. Después le pusieron un poco de onda al personaje, cuando arranqué era como chupar un clavo. Me encantó hacer de loca.
La mezcla explosiva de interpretar a una loca y negarse a hablar con la prensa, enojarse como siempre cuando le robaban una foto, erigió a Juana Viale en una transtornada de la vida real, que por soberbia se negaba a hacer lo que hace cualquier estrellita en su posición: dejar caer el velo de lo privado y permitir el ingreso de los paparazzi. Ella se niega a ceder con una terquedad que tiene algo de cruzada. “Tengo 22 años y hace 22 años que estoy metida en esto sin querer estarlo. Antes lo vivía inevitablemente, ahora empecé a trabajar en el medio por decisión propia. Pero siempre tuve esa voz que me sigue a todas partes, voy caminado y escucho «ahí va Juanita Viale, la nieta de Mirtha Legrand». 22 años lo mismo. A veces no te lo bancás”.
–Pero si decidiste trabajar como actriz, en algún punto tenés que aceptar el asedio periodístico.
–No. Si hay una cámara en un evento me la banco, es parte del trabajo. Pero si salgo a comer o estoy con mi familia y hay prensa afuera no voy a hablar, por más que me encaren con el laburo. Conozco el medio más que nadie, soy una veterana. El verso del trabajo es mentira: la segunda pregunta es cómo estoy con Tomás. Mi trabajo y lo que yo decido contar es lo público. Mi vida no. No es público que quedé embarazada a los 20 años sin estar casada.
–Esa actitud generó una imagen tremenda.
–De perra. Pero no es la actitud. La imagen la creó cierta prensa. Mi familia se preocupa. “No puede ser, Juana, mirá lo que piensa la gente, tenés que hablar.” Pero no me interesa. Los que me conocen saben cómo soy. No quiero que se metan en mi vida privada. Punto. Tuve persecuciones periodísticas en autos que... Me gustaría filmarlos a ellos para que la gente vea que yo no soy la hija de puta. A veces pusieron en riesgo mi vida y la de mi hija. Yo nunca salgo a contestar, no existe la otra campana. Que digan mentiras, qué me importa.
–¿Qué hacés cuando te persiguen?
–Lo que puedo. Por lo general intento frenar y hablar con un policía, si encuentro a alguno, para que los paren. Y no es que me guste hablar con la policía, es lo único que se me ocurre. No hay mucha defensa, porque después dicen que es censura. Sé que peleo contra un batallón enorme, pero no voy a bajar los brazos nunca.
–¿Por qué pusiste una medida cautelar que prohíbe sacarle fotos a tu hija?
–Porque mi hija no tiene que ver con mi trabajo. No voy a permitir que la molesten aunque me quiebren, aunque me pasen por arriba, aunque incluso le saquen una foto. Pero si lo hacen se van a tener que poner. Es lo único que entienden, sólo los parás sacándoles dinero. No encontré otra manera. Fui buena onda, les tiré la mejor, después estuve en silencio y me putearon de arriba abajo. Saqué la medida cautelar para que no le rompan las pelotas a Ambar. A mí me las rompieron durante mucho tiempo y es horrible, violento. Una vez me persiguieron por la calle cuando estaba embarazada de ocho meses, bajo la lluvia. Tuve que correr, tenía miedo de caerme, todo porque querían tener una foto mía con panza. Hay pelotudos como Jorge Rial que me dicen “te voy a seguir hasta el inodoro porque ahí es donde tenés que estar”. Loco, yo no soy agresiva, solamente quiero defender lo mío. Después decidí hablar de trabajo en los lugares que corresponde, no en un momento privado, y también les molestó. Nada les viene bien. Yo sigo con mi forma de pensar y no me importa que me tiren flores ni que me den flores podridas. No quiero ser amiga de Luis Ventura ni de Jorge Rial ni de nadie.
–¿Fue tan difícil bancarse la exposición cuando eras chica?
–Tremendo. Tengo años de terapia.
–Y aun así decidiste trabajar en televisión. Podrías hacer otra cosa.
–¿Por qué? Actuar es lo que me divierte, me gusta. Mi concepto es que el trabajo no me involucra personalmente. Estoy embarcada en una prueba, quiero demostrar que se puede estar en este medio de una manera distinta.
–A mucha gente no le parece tan terrible la exposición.
–Obvio. Mi familia es un ejemplo. A mi abuela no le parece para nada malo. Le encanta que la salude la gente. A mi madre tampoco le molesta. Tal vez yo tengo un trauma. Mi abuela sale por la ventana del auto y saluda a todo el mundo; yo ando con vidrios polarizados escondida atrás del pelo. Pero ella no camina por la calle, ella no va a cenar, es una diva.
–¿Vas a ir a los almuerzos?
–No sé. Sería muy raro comer con mi abuela en televisión. Ella rezonga permanentemente, me pregunta siempre cuándo voy a ir. Yo le pido que no me queme la cabeza.
–¿Veías el programa cuando eras chica?
–No, iba al colegio. Además, cuando era pendeja ni en pedo veía a mi abuela en la tele con políticos. Me parecía aburrido, prefería al Pajaro Loco.
–Pero habrás visto las películas.
–Tampoco. Vi partes de Vendedora de fantasías y Pasaporte a Río, pero nunca las vi enteras. Tengo ganas de ver La patota, me dijeron que es buena.
–¿Y ella no te pide que las veas?
–No, para nada. Mirtha Legrand es mi abuela, aunque suene extraño. Nada más que eso. Es una relación normal. Cuando tengo gripe me llama y me da consejos: “Tomate un té, Juana”, ese tipo de cosas. Y yo le digo que me deje dormir, que me duelen los huesos.
La belleza de Juana Viale tiene algo delicioso y natural, y cuando la están maquillando frente a un espejo enorme y ovalado parece una chica del verano, esos amores furtivos que sonríen detrás de las llamas de un fogón playero, besan y olvidan, siempre leves e inasibles. Como aún no le pintaron los labios, se entrega a otro cigarrillo, y escucha atenta la conversación casual, sobre Kill Bill 2, de Quentin Tarantino, y Elephant, de Gus Van Sant. No vio ninguna de las dos películas. Está un poco atrasada, y habla maravillas de Irreversible, de Gaspar Noé. Lo último que alquiló y le encantó fue Ciudad de Dios, la historia de la favela carioca dirigida por Fernando Meirelles. La deslumbró el documental que acompaña la edición en DVD, donde el jefe de policía de Río de Janeiro ofrece una mirada desoladora sobre la violencia y miseria que vive su ciudad. Juana se parece un poco a la chica de Ciudad de Dios, Angélica; esa chica que quiere vivir en el campo y escuchar para siempre a Raul Seixas, lejos de su familia acomodada, junto a su novio traficante retirado.
De hecho, mientras muchos fantasean con ella, ella lo hace con mudarse a la Patagonia; quizá a Villa La Angostura, dice, donde en estos días empezará a grabar Sangre fría, el nuevo unitario de Telefé que la tiene como protagonista junto a Dolores Fonzi y Mariano Martínez, y que a mediados de julio la pondrá en las pantallas de millones de telespectadores argentinos.
También está armando un viaje por América latina; pero para eso falta, porque quiere viajar con Ambar, que es demasiado chica. Juana viajó muchísimo y, si pudiera, lo haría todo el tiempo. Es imposible encerrarla. Ni siquiera lo lograron cuando era chica. Llama a la escuela “cárcel de niños” y de la secundaria sólo tiene recuerdos de hastío e impotencia. “Me rebelaba contra toda autoridad habida y por haber”, resume. Las autoridades se quejaban porque Juana tenía la pollera corta, fumaba, llegaba tarde. “Yo blanqueé que fumaba a los 15, así que no me podían amenazar con contarle a mi madre. En segundo año un día llegué como dos horas tarde porque me quedé hablando con un chulo, y quisieron suspenderme. Me hacían ir los sábados, era el castigo: nadie fue más un sábado al colegio que yo.” Hasta que no aguantó más: repitió segundo año, terminó a duras penas tercero y rindió los últimos años libre, en el colegio Sarmiento.
Ese cambio, dice Juana, fue lo mejor que le pudo haber pasado, porque salió de la “burbuja”. “Cuando rendí libre conocí otro tipo de gente, salí de la burbuja de colegio privado, del uniforme, de las pelotudeces. Fui turno noche, mixto, con gente grande. Ahí crecí y aprendí. Conocí gente con problemas, porque en mi colegio no había problemas, eran boludeces. Gente que no tenía un mango, que a los 40 estaba terminando la secundaria para laburar porque no tenía para comer. Dejé atrás toda la historia del auto último modelo y la ropa de 300 mangos. Sabía que había otro mundo, no soy idiota, pero lo palpé. Entendí que un pantalón de 300 pesos no es normal. Entendí que la anormal soy yo.
–¿Y la gente te trataba bien?
–De par a par. Sin caretaje. No te daban por atrás con un hacha. Cuando estaba todo mal era de frente y me la banqué. La onda era: “Loca, acá no te hagas la princesita”. Era directo y sincero, el tipo de relación que me gusta establecer con la gente.
Juana terminó el colegio y dejó de ver a sus compañeros. El mandato familiar exigía que estudiara; probó con publicidad, historia del arte, teatro y dibujo. Pero nada la convencía. Su madre y su abuela desesperaban. “Pero se lo bancaron, después de mucho romper los huevos. Soy así, creo que me aceptaron.”
Entre los intentos universitarios fallidos, hizo una campaña publicitaria para una marca de ropa, y con ese dinero se fue a Indonesia. También estuvo en los Estados Unidos estudiando inglés: vivió en Nueva York, Los Angeles y San Francisco. Pero no le gustó. En absoluto. “Es un país demasiado disciplinado, de plástico, muy insensible. La gente camina mirando el piso y sólo les importa hacer millones. Nunca viviría allá. Menos ahora.”
–¿Por qué?
–Quiero estar lejos de Bin Laden, Bush y todos sus socios. No por nada pasa lo que pasa. No sé si bien o mal merecido lo tendrán, pero los violentos son ellos. No me parece bien que haya muerto tanta gente civil en los atentados a las Torres Gemelas, fue una inhumanidad y una crueldad absoluta. No quiero que se malinterprete, no hablo de la sociedad norteamericana, que es esclava de sus capos. Pero que Bin Laden le haya metido el dedo en el culo a los Estados Unidos me gustó. Bush dice que está en contra del terrorismo, ataca a un país, derroca al dictador... ¿Por qué? Porque le interesan los pozos petroleros. Mató a no sé cuántos iraquíes y mandó al muere a muchos norteamericanos por eso. No me como ni medio la democracia norteamericana. Qué hipócritas.
Para Juana, la segunda salida de la burbuja fue el nacimiento de Ambar. Nunca se le pasó por la cabeza que era demasiado joven para ser madre, ni dudó acerca de tenerla. Hacía tiempo que estaba de novia con el músico Juan De Benedictis, el hijo de Piero, y cuando ambos se enteraron del embarazo empezaron a buscarle nombre a la bebé. “A él le gusta mucho Spinetta. Eso me quedó de Juan, ahora soy spinettosa. Sacamos muchos nombres de canciones del Flaco, como Ludmila o Jade, pero quedó Ambar, porque ella es eso. Soy fanática de las piedras, y el ámbar es una de mis favoritas. Es la resina del árbol petrificado. Dentro del ámbar muchas veces quedan pequeños animalitos, lombrices, mosquitos, que perduraron atrapados. A mi hija la veo como un alma vieja, me parece sabia. Entiende todo y tiene luz propia, como el ámbar.”
Juana iba a todos los shows de la banda de Juan, y con él aprendió a escuchar música, especialmente Steely Dan y Earth, Wind & Fire. Pero ella prefiere a Tracy Chapman, Joni Mitchell, Erykah Baduh, Bob Marley, Los Beatles. “Lo alucinante con Juan es que me educó el oído. Sé diferenciar cada instrumento. Me decía «escuchá, sentí, vibrá». Hermoso.”
Juana ignora las otras historias que circulan sobre su romance con Juan. No son tan bellas. Dicen que se lo comió como una mantis religiosa, que sólo lo eligió por su belleza angelical, como un semental delicado que confeccionara una hija bella, lo usó y lo descartó. Cuando trato de decírselo, recuerda su parto. No hay quien la pare.
–¿Sufriste mucho?
–¡No! Y eso que no sabía nada, porque no fui a un curso de preparto. Llegué a la sala y pensé que era como en las películas, que estaba la mujer gritando cual yegua. Nada que ver. Me dieron la peridural y me relajé. Juan estaba conmigo. Pusimos música de Stevie Wonder y Joni Mitchell. Disfruté todo, aunque por supuesto fue doloroso. ¡Por fin la conocía, después de nueve meses le vi la cara! Estaba tan excitada. Y pasó algo raro. Terminé de parir y Juan se llevó a Ambar. Después se fue el médico, se fue la partera, se fueron las enfermeras y quedé sola en la sala. No me explicaron nada, pensaba que tenía que pararme e irme. Estuve como 20 minutos sola en la oscuridad hasta que vino una señora, me pasó a la camilla y empezó una tragicomedia. Primero choqué contra la pared, yo quedé toda sacudida, dolorida... ¡Y me dejaron sola otra vez! Ahí quedé, esperando en un costado, con un aire acondicionado que me goteaba en la cabeza. Por fin, cuando llegué a la habitación, estaban mis amigos y mi familia. Todos en pedo, totalmente borrachos: era plena alegría, una fiesta, yo hablaba como loca, y el médico me rompía los huevos con que descansara. No le di bola. Era pura vida.”
Después del nacimiento de su hija, todo fue vértigo. Cuando la nena tenía dos meses Juana ya estaba en televisión. “Dormía dos horas por día. A los tres meses me puse de novia con Tomás. No paraba. A veces llegaba hecha un trapo de piso y Ambar andaba a los gritos, me tenía que poner las pilas. Es fácil adecuarse, igual. Cualquier madre hoy en día puede laburar, ser madre, ser mujer y ser amante. Tengo la suerte de poder dejarla a cargo de alguien, muchas mujeres no pueden. Algo aprendí en ese tiempo: no voy a volver a hacer tira, porque no quiero renunciar tanto tiempo a mi hija. Ahora, con el unitario, me la llevo conmigo al Sur.”
–También podrías parar y estar con ella todo el tiempo. No necesitás trabajar.
–Ni en pedo. Me gusta tener mi plata. Me lo enseñó mi vieja. La independencia la tenés si te autoabastecés. Empecé a trabajar a los 14 de promotora y ganaba para la ropa y las salidas. Cuando me fui de viaje, viví con mi guita, pagué mi pasaje y no le pedí nada a nadie. Ahora me autoabastezco ciento por ciento y estoy tranquila. Si es por comodidad, podría no haber trabajado nunca. Pero no me llena, ni me hace feliz.
–Toda tu familia es de mujeres fuertes e independientes.
–Es muy matriarcal. Pero la presencia de los hombres es importante. Hay pocos hombres fuertes en mi familia desde que murió mi abuelo. Aunque mi hermano es un mimado por las mujeres, tiene su parte masculina fuerte, nos cuida y nos guía. Mi padre es muy consejero. Pero en cuanto a carácter, decisión e impulsividad me parece que en la familia ganan las mujeres. Tomamos decisiones, tomamos la delantera. Ellos nos siguen y nos apañan.
Juana se guarda si ahora mismo tiene pareja, pero desliza que se separó de Tomás Fonzi, aunque no dice ni media palabra mala sobre él. La pasaron muy bien, pero fue complicado salir con alguien famoso. A ella la irritaban las chicas que rodeaban al pequeño –de tamaño– galán gritando histéricas. Muchas lo avanzaban ahí nomás, delante de Juana. “Me paraba al lado de Tomás y les ponía la cara de culo más linda que tengo. Tampoco la pavada.” Mucho más complicado era el constante asedio, que la enloquecía. “Salíamos de su casa a las dos de la mañana y nos encandilaban. Es horrible salir de una fiesta medio borracho, re loco, y que te saquen una foto.”
–¿Nunca colgaste posters en la pared de un actor por el que morías?
–Jamás. Me gusta Gael García Bernal. Además es un bombón, me lo cojo todo.
–Gael es petiso.
–Bueno, Fonzi también. Me deben gustar los petisos.
–¿Qué pasa cuando tus novios no son famosos?
–La primera vez que salí con un famoso fue con Tomás. Los otros romances que me atribuyen son puras mentiras. A ellos les choca. Yo soy muy bruta, no me doy cuenta cuánto me conocen. He tenido discusiones porque ellos no pueden comprender por qué no pueden ir a comer tranquilos. Salgo con chicos bohemios, con vidas ajenas a todo esto, y que les hagan notas de golpe es muy violento. Trato de explicarles, les digo que soy muy conocida aunque no parezca, que no se asusten. Es muy cortamambo, sobre todo porque yo me saco. Mucho.
Se saca Juana, y no sólo con la prensa. Varias veces intentaron robarle. Dos de ellas, el chorro salió corriendo, asustado ante sus gritos. Una vez la asustada fue ella, cuando a los 15 años le robaron el reloj a punta de pistola. “La verdad, me hicieron un favor. Desde entonces no uso reloj. No me gusta estar atada a la hora.” No tiene miedo, no vive paranoica y si tiene que caminar por la calle a las 3 de la mañana lo hace. “Si te quieren hacer algo, lo van a hacer igual. Además, ¿cómo vas a cuidarte? ¿Evitando caminar por Dock Sud a la madrugada? Yo no pienso que los secuestradores estén ahí: pueden ser gente que tenés más cerca. Toda esta historia de la inseguridad está muy inflada, en la gran ciudad pasa lo mismo, o peor. No me altera. Si pienso que me van a robar y a matar no vivo bien. Y vivir tiene que estar bueno.”
A Juana le cuesta comprender la fascinación de los otros, porque se ve como una chica común, sólo algo diferente por su familia famosa. Pero ella es –a lo mejor a su pesar– el catalizador de lo que su familia representa en el imaginario colectivo de los argentinos, más allá de generalizaciones y trazos gruesos. Juana está emparentada con la oligarquía argentina (Viale del Carril), los inmigrantes franceses asociados con el tango y la europeización del porteño, la lejana edad de oro del cine argentino y su glamour periférico (Mirtha Legrand y Daniel Tinayre). Está cerca del mundo de la alta costura, las relaciones públicas y los medios (sus padres) y también de la vida hecha espectáculo y el megaestrellato (su abuela). La roza el oscuro y turbio poder financiero (Marcos Gastaldi, actual pareja de su madre), pero también el pop alegre y masivo (su media hermana Valeria, ex Bandana). Ella le agrega su pincelada hippie: la dorada chica que carga a su hija en el auto para recorrer la Patagonia, se enamora de bohemios, pero sabe enfrentarse con Crónica TV cuando el esposo de su madre va a ser entregado a la Justicia. “¡Se cagan en una familia!”, les gritó Juana en su momento Celebrities Uncensored y esa imagen, contradictoria –la misma chica que deslumbraba en el Este defendía como una leona a un hombre con pedido de captura–, quedó congelada en la memoria de todos los que, por un motivo u otro, no pueden dejar de mirar a la familia de Mirtha.
Juana volvería a hacerlo. “Mi encontronazo con Crónica fue auténtico, soy de reaccionar así. Estaban diciendo cosas que no eran ciertas. Dio que hablar porque había una cámara de televisión. Si había un fotógrafo le pegaba, porque me quedaba más cerca y era más cómodo.”
–¿Fuiste a visitar a Marcos Gastaldi a la cárcel?
–Sí. Es espantoso entrar al penal, sacarte todo, que te palpen. A mi hermanito Rocco, que era bebé, lo pusieron en pelotas, le sacaron los pañales, revisaron toda la comida. Es horrible tratar de tirarle la mejor a alguien que, después que lo visitás, vuelve a su celda. Estar preso es la peor pesadilla. Tengo amigos presos por drogas, también, y es muy duro. No se lo deseo a nadie, salvo a ciertos periodistas.
Pero claro, no todo es fango. Juana también disfruta los beneficios de la fama. Sabe que, por ejemplo, no hay muchas chicas que hayan jugado al pool con Ron Wood. Cuando los Rolling Stones llegaron por primera vez a Buenos Aires ella tenía 13 años, y fue a saltar y bailar al campo de River como una chica común. Pero no es una chica común. El hermano de Gastaldi, Federico, conoce a los Rolling Stones, así que Juana estuvo con la banda detrás del escenario, y le jugó una partida de pool al guitarrista. En esos días, un llamado de su mamá la sacó de la cama. “¿Querés conocer a Mick Jagger?”, le dijo, y Juana saltó en pijama, directo al restaurant donde su familia cenaba con el frontman más famoso del mundo. “El es muy inglés, me dio la mano, y yo muy suelta le di un beso. Quedó sorprendido.” Lo vio una segunda vez, en su propia casa: Mick Jagger estaba invitado a comer tallarines. Pero Juana no se quedó. “Es muy molesto que te observen, lo sé por experiencia. Si me molesta a mí, imaginate a este pibe, yo a su lado no existo. Lo dejé comer tranquilo.”
–¡No te puedo creer! Sos una privilegiada...
El famoso temperamento de Juana por fin se manifiesta. Levanta una ceja, enciende un cigarrillo y revolea el pelo larguísimo, que no se corta desde hace diez años, y jamás recibió tratamiento en una peluquería. “¿Por qué?”, quiere saber, y su tono no es amable.
–Bueno, tu familia es...
–Mi familia nada. Son todos laburantes. Nada les cayó del cielo, y no conseguimos todo lo que tenemos de un día para el otro. Mi abuela salió de un pueblo que es la nada misma. Laburó toda la vida, todos lo vieron, y sigue laburando. Mi madre laburó en una empresa de ropa durante quince años, mi viejo trabajó toda su vida.
–Pero tenés que reconocer, al menos, que tu situación es privilegiada.
Juana lo piensa.
–Eso lo acepto. Los productores me llaman porque soy la nieta de Mirtha. Eso ayuda y estoy un escalón más arriba que cualquier otra actriz que recién empieza. Pero es mi realidad. No la puedo cambiar. Corro con ventaja. Pero no siento que soy más, o que tengo otros derechos, soy tan humana y sencilla como cualquiera. Si me voy Europa a hacer un casting no me sirve, allá mi abuela no es conocida. Tengo que aprovechar las oportunidades. Tampoco sé si esto es para siempre. Por ahora me gusta y me divierte, pero cuando empiece a ser tortuoso lo dejo. Mientras tanto aprovecho, así como los productores me aprovechan a mí. Yo les doy rating. Es un intercambio. Me gustaría que algún día me elijan por lo que soy, que mi nombre tenga peso propio, que no sea por ser la nieta y la hija de. Pero ahora no es así. Y me lo banco.
Por Mariana Enriquez (01.06.2004)